Desde el inicio de los tiempos, los humanos han adorado, estudiado y observado el firmamento. En el año 3.100 antes de Cristo se construyó en el condado de Meath, Irlanda, la galería funeraria de Newgrange, un lugar que, según la mitología irlandesa, era el hogar de Aengus Óg, el dios celta del amor, quien vivió aquí con su amante, la doncella cisne Cáer. Pero esta espectacular galería tenía un uso mucho más interesante: es considerado el primer observatorio astronómico del mundo, ya que está alineado con el solsticio de invierno, momento en que la luz solar se filtra a través del techo e ilumina la cámara central durante 17 minutos. Pero no sería hasta el siglo XVII que se construirían los primeros observatorios astronómicos modernos en Greenwich y en París, un modelo con tal éxito que se irá extendiendo a lo largo de los años hasta que toda capital importante tenga su observatorio. Estudiar las estrellas, acercarse a ellas y comprenderlas era uno de los sueños de un gallego que, a finales del siglo XX, decidió jubilarse y construir el mayor observatorio astronómico de Galicia: José María López Pérez, Pepe Zarragrande.
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